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La ironía de las reuniones

En la actualidad podríamos considerar al smartphone como un asistente más de las reuniones. Antes los invitados tenían la cordialidad de preguntar o, por lo menos de avisar, cuando llevarían a una persona extra en caso de que fuese necesario agregar otro lugar en la mesa o conseguir más pizza. Ahora, llevan cincuenta personas compactadas dentro de sus celulares, listas para rescatar a esa alma en desgracia (la causa de la desgracia es, por supuesto, la reunión). Todos estamos propensos a convertirnos en ese amigo que se ha perdido frente a la luz de su pequeño mundo. Algunos poseen un autocontrol envidiable, mientras que a otros les basta un segundo de distracción de su interlocutor para perderse por una eternidad en conversaciones casuales con los invitados no oficiales. Aunque, lo peor de todo, es cuando se encuentran hechizados por las infinitas imágenes que ofrece el internet. ¡Ah! Y no olvidemos a los que tienen que documentar cada momento de la fiesta con fotos y videos que

La cena de nochebuena

La bendita familia es como una sanguijuela que te chupa toda la sangre sólo para presumir lo mal que ésta sabía, cuando estos se reúnen pasan momentos de mucho provecho. Una de las festividades favoritas de las familias mexicanas es la tradicional cena de nochebuena, en donde abundan aspectos de la cultura mexicana, como el nacimiento, las canciones para pedir posada, Santa Claus y la pieza magistral del cine nacional: Mi pobre Angelito . Déjeme contarle, lector, sobre mi experiencia en estas reuniones. En particular me referiré a mi última navidad, espero que la anécdota le parezca menos aburrida de lo que en realidad fue. De antemano me disculpo si mi discurso le pareciera demasiado formal, pero es innato en mí comunicarme de esta manera, quizá la principal distinción entre mi poco ilustrada familia y yo. Le decía, pues, que el año pasado, como es costumbre, mi familia organizó una cena de nochebuena, según lo que ellos entienden por organizar. Se fijaron las siete como hora d

Una pasta de dientes

Nunca imaginé que la confrontación de una relación de dos meses llegaría al punto álgido cuando me planté en el baño de mi novio, cepillo en mano, pies desnudos, en busca de pasta de dientes. Había despertado de una noche borrosa, abrumada, con la luz diurna metida a medio cuarto. Había rodado varias veces por sábanas desconocidas para despertar a mi compañero. Nada. ¿Es que nunca se va a levantar? Había pensado en contar borregos para volver a dormirme. También había suspirado repetidamente, cada vez más alto, para anunciar que despertaba. Necesitaba hacer pipí y no podía concentrarme en otra cosa que no fuera alejarme de mi propio aliento matutino antes de dirigirle una palabra al hombre de mis sueños. Ahora, frente al espejo, después de vaciar la vejiga, notaba las marcas desgraciadas del rímel corrido. Es que todo había sido tan rápido. “¿Te quieres quedar esta noche conmigo?”. No era la primera vez que entraba a su departamento. En realidad, habíamos pasado a la cotidianidad d

Pásele y disfrute

“¡Pásele, güerita!”, “¡¿Qué le damos, aparte de lástima?!”, y la güerita de raíces negras que va pasando no se ofende, porque en el tianguis todos somos iguales. Y así, entre cáscaras de frutas tiradas por el suelo y los bullicios de los comerciantes anunciando la mercancía, es que transcurren los tianguis en las calles de Guadalajara, que pueden volverse kilométricos. Cualquier día de la semana es bueno para montar un tianguis, no importa si es lunes o sábado (y que los vecinos le hagan como quieran con sus coches), si eres fifí o clase baja (porque claro, también hay tianguis fifís, basta con pensar en el de Santa Tere), ese día se respeta y cualquiera se ve arrastrado por esa colorida vorágine. Ah, mi México mágico.      El tianguis es el sitio perfecto para comprar y hacer cualquier cosa que se te ocurra. ¿Comprar un pollito de colores? Tianguis. ¿Antojo de un tejuino? Tianguis. Incluso, hay quien lo usa para ir a pensar cosas. Y es que es el lugar en el que la sociedad conver

Mirando el Valle

Mirando el Valle A la mayoría de la gente no le gusta vivir en departamentos y la verdad es que no los culpo. Sin embargo yo soy muy feliz en donde estoy. Para empezar tengo el pent-house, el más prestigioso piso de todo edificio. Lo comparto con una bruja, una luchona con dos hijos y su madre y un departamento vacío que suena en las noches: los mejores vecinos del universo, ¿verdad? Un día normal en estos lares empieza conmigo saliendo por la madrugada a trabajar, sin hacer ruido para no despertar ni al perro. Atravieso la puerta con la confianza de que dejo todo bien cerrado y no entra ni un zancudo por los resquicios ocultos; esas tres cerraduras de la puerta y el cancel de metal son muy seguros. Mi día de trabajo es un poco cansado, la mañana pasa muy lenta, pero me motiva el pensar que hay bocas que alimentar y debo luchar por ellas. A esas horas viene llegando de trabajar la vecina luchona, pero me escabullo sin que me vea pues suele tener un muy mal genio y me echa a perd

¡Ay, camotes!

“¿Sabías que para los chinos es una ofensa que les dejes propina?”, dice el más marro de los marros, ca’on, ¿cuándo chingados fuiste a China? Pregúntale a un mesero chino cuánto gana, hijo, por a y vamos empezando. No seas piojo, hermanito, a un mesero no se le olvida la cara de un piojo, ni esas ni la de los clientes chidos; los que dejan dos tres pueden comer desapercibidos. Yo no estoy insinuando nada, pero sí ten cuidado con los lugares a los que piensas volver, ni sabes todo lo que uno ve dentro de las cocinas. Yo nomás te digo, imagínate estar en un cuarto de tres por tres con una plancha, una parrilla, seis quemadores, dos freidoras, congelador y la bola de cabrones a cuelgue y cuelgue comandas. A la gente de ay dentro se le mete el diablo. Haz de creer que es cura, pero yo creo que son –somos- el mismo pinche diablo, a mí se me llegó a meter el diablo, es que sí es el pinche infierno, luego te invito, allí como para mayo…   Y es que cada cocina es un flujo cultural, co

El Santísimo cotorreo

Es una costumbre muy conocida entre los vecinos de la colonia Guadalupana y que nuestras madres, humildes expositoras de las sanas tradiciones, perpetúan hasta el cansancio; la hora del Santísimo que se lleva a cabo todos los sábados a las seis de la tarde. Místico pretexto para conocer el chisme más reciente y la falta de algún pobre pecador que será juzgado con más ahínco entre las bancas plastificadas de la plaza que en las filas del cielo.  Las ancianas salen siempre primero, llevando consigo los panfletos de la iglesia (siempre la misa de las cuatro) y un rosario enrollado en la muñeca; antes del sábado, usualmente los viernes por la tarde o los jueves en la mañana) las mujeres se reúnen en la casa de la señora Raquel la cual es reconocida por soportar a un hombre mal encarado (que le ha dado fama de santa). Iluminadas por el café sin leche y sin azúcar y los panes expuestos en un platito hondo desfilan los nuevos modelos de rosarios traídos desde los límites de la ciuda