La cena de nochebuena



La bendita familia es como una sanguijuela que te chupa toda la sangre sólo para presumir lo mal que ésta sabía, cuando estos se reúnen pasan momentos de mucho provecho. Una de las festividades favoritas de las familias mexicanas es la tradicional cena de nochebuena, en donde abundan aspectos de la cultura mexicana, como el nacimiento, las canciones para pedir posada, Santa Claus y la pieza magistral del cine nacional: Mi pobre Angelito.
Déjeme contarle, lector, sobre mi experiencia en estas reuniones. En particular me referiré a mi última navidad, espero que la anécdota le parezca menos aburrida de lo que en realidad fue. De antemano me disculpo si mi discurso le pareciera demasiado formal, pero es innato en mí comunicarme de esta manera, quizá la principal distinción entre mi poco ilustrada familia y yo.
Le decía, pues, que el año pasado, como es costumbre, mi familia organizó una cena de nochebuena, según lo que ellos entienden por organizar. Se fijaron las siete como hora de llegada, aunque algunos accedimos a presentarnos antes, pues era necesario realizar los preparativos: arreglar la casa, hornear el pollo y hacer ponche. A final de cuentas sólo una tía, que llegó a tiempo a razón de que la cena era en su casa, y yo fuimos los únicos que se encargaron de dichos preparativos, el resto tuvo contratiempos y apareció hasta las nueve de la noche.
La decoración consistía en un pequeño nacimiento con José, María, un Ángel, pastores y los tres reyes magos; el niño dios se pone hasta las doce en punto. En una esquina estaba un pino artificial con esferas y luces. Sobre la puerta de la casa colgaba una corona y en las paredes, en especial las de la cocina, había cintas verdes con motivos navideños, me consta porque yo las puse. La decoración fue minimalista, como diría un primo, que estudia artes plásticas y diario anda sin ningún cinco, no es de sorprenderse que no aportara nada para la cena, aunque sí haya comido pollo al horno ese día.
La cena comenzó oficialmente a las ocho, cuando mi padre no se supo aguantar el hambre y le corto una pierna al pollo, sin que nadie lo viera. Yo supe que fue él porque hace lo mismo todos los años. Los demás miembros de la familia iniciamos la cena, con una pierna faltante, a las once y media de la noche. Una tía insistía sobre esperarnos hasta la medianoche, la misma que todos los años nos quiere poner a rezar, así que nadie le hizo mucho caso. La cena ocurrió sin mayor problema que un vaso roto por un sobrino y las melosas palabras que mi padre repite, medio ebrio, cada navidad sobre la importancia que tiene la unión familiar.
A la medianoche, algunos cenando todavía, nos paramos para abrazarnos, felicitarnos y darnos buenos deseos. Después inició el intercambio, en su mayoría ropa que nunca nadie se pone. Aún no terminábamos de repartir los regalos cuando apareció un tío, borracho y tambaleándose. Mi tía, dueña de la casa, fue la primera en reaccionar, le gritó, como usted podría esperar, que no era bienvenido en la casa, pues lo único que hacía era traer problemas consigo. Luego, entre mi padre y un primo trataron de correr al borracho, pero él se defendió y todo terminó en golpes y gritos. Desde mi lugar podía ver cómo mi padre golpeaba a mi tío, mientras éste pateaba a mi primo, quien se retorcía en el suelo. ¡Al menos el pollo estuvo bueno! No todo fue tan nefasto aquella noche.             
Me avergüenza haberle contado todo esto sobre mi familia y sus malas costumbres, quisiera poder detallar sus virtudes, pero con mi familia eso se vuelve imposible, de ellos sólo queda hablar de su mala sangre.        
-       Anónimorena

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