Pásele y disfrute
“¡Pásele, güerita!”, “¡¿Qué le damos, aparte de
lástima?!”, y la güerita de raíces negras que va pasando no se ofende, porque
en el tianguis todos somos iguales. Y así, entre cáscaras de frutas tiradas por
el suelo y los bullicios de los comerciantes anunciando la mercancía, es que
transcurren los tianguis en las calles de Guadalajara, que pueden volverse
kilométricos. Cualquier día de la semana es bueno para montar un tianguis, no
importa si es lunes o sábado (y que los vecinos le hagan como quieran con sus
coches), si eres fifí o clase baja (porque claro, también hay tianguis fifís,
basta con pensar en el de Santa Tere), ese día se respeta y cualquiera se ve
arrastrado por esa colorida vorágine. Ah, mi México mágico.
El
tianguis es el sitio perfecto para comprar y hacer cualquier cosa que se te
ocurra. ¿Comprar un pollito de colores? Tianguis. ¿Antojo de un tejuino?
Tianguis. Incluso, hay quien lo usa para ir a pensar cosas. Y es que es el
lugar en el que la sociedad converge: desde la
señora que, desesperada, te pregunta gritando al oído si quieres
gorditas de nata, hasta la niña que va berreando de la mano de su mamá porque
esta no le compró el juguetito que quería: “ay, comadre, desde que la dejo con
mi suegra se ha vuelto bien berrinchuda”. Entre lonas azules y rojas, los
olores de temporada, los letreros que anuncian que los jitomates están en
oferta, la música popular y las aguas frescas de jamaica, limón y fresa, que se
venden en bolsitas de plástico, la gente pasea y se distrae del estrés semanal.
Buenos días amor, amor, amor, qué tiene tu cara… suena José José de
fondo, bajo el sol propio de un sábado por la mañana, las mandarinas frescas en
los puestos y las bolsas del mandado rebosantes de la comida de la semana, la
insolación estaba a punto de hacer efecto… que ha perdido el color, amor, amor,
y no dice nada… envuelta por toda esa gente, un calor humano insoportable me
rodeaba y el aire a faltarme comenzaba, hasta que el desvanecimiento se hizo
presente mientras las mujeres indígenas, moviendo escandalosamente sus flores
para la vendimia, intentaban echarme aire en la cara, diciendo preocupadas:
“¡ay, güerita, no te nos vayas a petatear!”, pero mientras caía en esa colorida
fiesta, mi única preocupación no podía ser otra: “¡chin! ¡No compré los
jitomates!”
- Karina
Sarahy Gómez Castañeda
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