Las aventuras de los viajeros fragmentarios



Sepa usted estimado lector, que lo que he visto y oído, y que aquí les platicaré, no podré firmar ante notario, porque no es que me conste, ni puedo yo jurar ante la Biblia la veracidad de mis relatos, pero tampoco, a sí mismo, existe otra razón para no creerlo. Así pues, dejo ante usted, la decisión de creerlos o no, ya que lo que yo considero importante es la enseñanza y la moraleja que podemos extraer de ellos.
Resulta que, por ahora, no por ser yo falto de talento para dedicarme a otra aprovechante y mejor redituada profesión, ya que me dedico, (por lo pronto) a conducir un vehículo para llevar a las personas a sus destinos. Se les conoce como Ubers. Los usuarios solicitan el servicio desde sus teléfonos y esperan a que llegue yo por ellos y los conduzca a sus destinos. Sepa usted que la razón, tampoco es, conseguir ideas frescas para mis relatos, como aquellos mitos que se decían de algunos escritores que acudían a las notas del periódico para inspirarse. Lo hago por pura necesidad. Sí pues, señores, que una de mis tantas ocupaciones es la de escribiente, entre tantas que he tenido a lo largo de mi infortunada existencia, que he aprendido de todo: Mecánico aprendiz, mensajero, cocinero, barrendero, jardinero, vigilante, músico, fotógrafo, y demás oficios en los que he andado probando suertes. Ahora pues, resulta que me dedico actualmente a la noble causa de chofer de Uber. Por eso les aclaro que no ha sido mi necesidad aventurera de hacerme a la andanza de chofer para extraer la inspiración de los usuarios, los cuales, algunos, se les da el desahogarse, o simplemente charlar acerca de su vida, en ese lapso de tiempo que oscila entre diez o veinte minutos de duración del viaje, dependiendo de la distancia o el tráfico, es la duración en que transcurrimos, en que coincidimos, por única vez en la vida, y yo chofer para llevarlo a un destino, y él, usuario, para dejarse conducir a él.  Podría usted imaginarse la escena, seguro usted ha solicitado el servicio de algún humilde chofer, como su servidor, (aunque tengo que aceptar que no todos son humildes ni amables, y yo también tengo mis malos ratos, no siempre ando por ahí dispuesto a andar charlando) y sepa de lo que estoy hablando.
Así pues, que he llegado al punto de partida, y el usuario sube al coche, la aventura inicia; hay siempre dos formas de sobrellevar el viaje: en completo silencio, o enfrascando en conversación, la cual siempre gira, o en torno a la persona de su servidor, es decir cuando el usuario quiere saber sobre mi vida, o, cuando el usuario quiere hablar sobre la suya. Aunque no llevo mucho tiempo conduciendo en esta modalidad de Uber, alrededor de 882 viajes son los que he realizado, así pues, ni tantos ni pocos, que pudiéramos aquí dejar testimonio de todos, para beneplácito de la sed del chismoso que desea conocer los usos y costumbres de estos usuarios, a los que yo he llamado en este caso: fragmentarios. ¿Por qué? Bueno, porque se fragmentan, al menos en esos veinte minutos se fragmentan de lo que son normalmente, para convertirse en pasajeros fragmentarios: o se fragmentan en sombras silenciosas que quieren pasar desapercibidas de mi curiosidad, o en parlanchines bocas sueltas, dispuestas a preguntar o a confesar.
Así pues, he escogido algunas de estas coincidencias para presentarlas ante ustedes. Como la señora de sesenta años que no recordaba donde estaba su casa, su hija la depositó en mi coche con la esperanza de que no fuera yo un secuestrador pervertido o algo peor.  Así pues, surcamos las avenidas de la ciudad juntos, yo conduciendo y ella diciendo que no podía recordar dónde era su casa, que el GPS de mi celular era su esperanza para que yo la condujera a casa, diciéndome, o más bien quejándose sobre que su hija era muy considerada con ella, al tener tal detalle con ella. O como el sepulturero ebrio, que una noche de domingo abordó el vehículo para que lo condujera a casa, cansado de toda una jornada de trabajo, donde había sepultado a seis jóvenes asesinados por la guerra entre narcotraficantes por la disputa de una plaza. “Ya no hay espacio ante tanta muerte”, fue lo que me dijo, mientras bebía de su lata de cerveza y me miraba sonriente pero cansado, tratando de encontrar algún entendimiento en mi mirada, la cual tenía que desviar para concentrarme en el tráfico. Luego, esa misma noche de domingo, o quizá fuera otra, ya que todas se parecen, se transcurren entre el sopor del trafico y el calor somnoliento de ser día de asueto, donde el tráfico y la clientela se componen de familiares visitando familiares, fue que recogí de una colonia pobre de Tlaquepaque, a Emma, (así dijo llamarse) una prostituta pobre la cual tenía que dejar a sus hijos y madre en casa para ir a complacer a un cliente al filo de las once de la noche. Iba vestida con blusa verde y pantalón de mezclilla, muy casual para su oficio; llevaba también en su diestra, un New Mix, “para tomar valor”, me dijo, ejerciendo la misma sonrisa que el sepulturero. Pero ella no paró de hablar desde Tlaquepaque hasta Guadalajara, donde le esperaba su ansioso cliente, el cual me pagó sigilosamente el importe exacto por el envió. Pero antes de que llegáramos, Emma me resumió algunas de sus experiencias, como cuando un cliente la contrató en Villa corona, y la encerró durante una semana, por que no quería que lo dejara jamás, hasta que se casará con él. Cosa que tuvo que aceptar, o al menos eso le hizo creer para que pudieran salir a la calle y ella pudiera correr por su vida.  Cuando se bajó del coche, pensé en que me gustaría haber tenido una pistola.
Así es que transcurren las almas fragmentarias, utilizando mis servicios para llegar a sus destinos, algunos no saben a dónde van, otros quisieran no llegar a ningún lado, y otros tan solamente van, en silencio, observando la calles, y yo, bueno, pues  tan solo conduzco, pensando en que las personas coincidimos y charlamos como si nos conociéramos de años, para tener que despedirnos deseándonos lo mejor, sabiendo que jamás nos volveremos a ver, y que realmente nos importa un carajo lo que nos ocurra. Algunos que se enteran de mis aspiraciones de convertirme en escritor me felicitan y me desean lo mejor, y yo, a su vez, les deseo una linda noche, o un buen día, según sea el caso, aunque casi siempre es de noche, porque trabajo por las noches, menos el domingo. Pero ambos sabemos que todo ha terminado. Sabemos que luego nos volveremos a encontrar, solo que ellos con otros conductores, y yo con otros usuarios repitiendo el mismo ritual: el de los viajeros fragmentarios.

- Lúmenor Prax

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