La volteada



Desde que tengo uso de razón, creo que los yahualicenses entre más religiosos, más entrometidos en la vida de los demás somos. Es como si nuestra capacidad religiosa nos diera el talento de causarle el mayor número de problemas posibles al otro.
Nos santiguamos en la fachada de un templo, pero pasando a su interior ya estamos criticando el atuendo de sutanita, la vida del hijo de fulanita, las creencias de fulanito… En fin, le damos pan a quien no tiene hambre, le quitamos al que no tiene ni para comer.
Es como si tuviéramos un sexto sentido que nos permite observar en la vida de los demás, y de esta manera conocer sus defectos, su persona totalmente carente de atributos positivos. Que, si fulanito no consume drogas, no anda de promiscuo, es buen hijo, pero es homosexual, ¡Ave María Purísima! Que, si la hija de sutanita ya salió embarazada, ¡con el ejemplo de la madre tenemos para saber el por qué! Que, si a sutanito lo robaron, ¡qué bueno, se lo merecía por presumido!
Y es que ni en el jardín del Edén existió víbora más poderosa que las jubiladas en el pueblo. No se trata de mujeres trabajadoras o hacendosas del hogar, sino de pequeños grillos chillones que se la pasan a la espera de la mínima gota de pecado, para comenzar a lanzar su veneno en forma de palabras inentendibles.
“¿Ya te enteraste, Teresita? La hija de Martín regresó bien pirujona de Guadalajara cuando se fue a estudiar”, “¡Cómo, comadre! ¿Por qué lo dice?”, “Pos dicen que ya usa la falda dos dedos arriba de la rodilla, uno por cada mes que lleva fuera”, “y fíjate, tan buena muchachita que parecía”, “sí, pero lo llevaba en la sangre. ¿No te acuerdas cómo era la tátara tátara tátara tátara tátara abuela?”.
Más si esto no es suficiente, recordaremos el caso de la hija de mi comadre Agapita. Esa niña siempre había sido de las más aplicadas en la escuela, obteniendo los primeros lugares en aprovechamiento escolar. Tal vez, la recuerden por la voz que ayudaba en las misas a leer la primera o la segunda lectura antes del evangelio. Sí, esa mesma con la que mandábamos a nuestros hijos a estudiar para que aprobaran los extraordinarios. La que se vestía con ropa holgada, pero recatada. Que nunca andaba de rejuego. Pues se corrió la noticia de que la niña salió bien torcidita, y se lo tenían guardadito. Que, si ya la vieron con Juan que, si ya la vieron con Pedro, pero con ninguno aflojó. “A mí se me hace que es de esas que van en contra de la ley de dios”, decían en cada tendejón y todo puesto del mercado.
Pos ándenle que un día la caché con una tipeja, bien agarradas de la mano. ¡Pinche pecado de los mil demonios! Y pues que corro y le digo a Doña Agapita, “su hija es de esas que cambian el pepino por un kilo de papaya”, y que ella se suelta a llorar.
Uno debe de ser fiel a sus principios, así que en menos de un día ya todo el pueblo sabía que la hija de Agapita estaba jugando a la mamá y al papá con la hija del carpintero. Que, estaba sin ropa a media calle gritándole a todos que la vieran siendo una tortillera de calidad. Sin duda, mi mérito fue desatar toda una serie de secretos que tenía guardados la muchachita. No tardó mucho en que don Agapito su padre la echara de su casa y la condenara de desgraciada, por eso él era un borracho de pacotilla, era la suerte que el pecado de esa muchacha le había traído a su hogar.
¿Y pos qué creen? Que la carne no es de hule, la muchacha en menos de una semana quedó tachada y juzgada, no la bajaban de cualquiera y de enferma. Entonces tuve que abrirle las puertas de mi casa, ya saben como Dios manda, para que no quedara sola por el mundo. Mas ahora resulta que estoy igual de torcida que ella por la lástima que me causó.
¡Qué si la muchacha ya me volteó la canoa! ¡Qué si esto! ¡Qué si lo otro! ¡Qué si ahora yo tengo cola que me pisen por haber pisado la de mi comadre Agapita y mi compadre Agapito! ¡Qué si un chisme lleva a otro! ¡Qué si ese otro me ha castigado frente a las jubiladas! ¡Qué si ni el dios te salve me salvará!
Sin duda, de escupir veneno, bebí un trago de este y me quemé con mis propias palabras. Por esa mismísima razón ya no he vuelto a ser parte de los chismes, si no ya hubiera hablado de la hija de Matusalén el carnicero, que ya dio a luz a un chilpallate. Sin duda alguna ese chiquillo no es hijo del espíritu santo, sino de las santas diabluras que hace esa muchacha con el hijo del mecánico. ¡Sí, si el diablo anda suelto y les suelta las piernas a las chiquillas de hoy en día!
Pero pos esa es otra historia que no les contaré yo, que los chismes me han llevado a ser bocadillo de lo que antes era mi platillo favorito. Ahora sí, si me lo permiten debo de orar por el bien de los niños, ¡ah, pero otra cosita! No se les olvide que deben amar al prójimo como se aman ustedes mesmos, pero sobretodo que no deben de andar metiendo la cuchara donde no les incumbe que luego también se las meten a ustedes.


- Ruvalcaba Cervantes Xochilt Maleni

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