Al ritmo de la fiesta



Tantaratán tantaratán. Tambores y pies al unísono sólo podían anunciar una cosa: los demonios habían invadido el pueblo.
Después del respectivo novenario que caracteriza a una sociedad religiosa, el lugar se había vestido de fiesta. Las calles se llenaban de banderitas de colores que ondeaban con el viento y hombres y mujeres lucían sus mejores prendas.
En ellos podíamos ver pantalones vaqueros y camisas de vestir. En ellas, una variabilidad de ropas que iban de lo versátil de un pantalón a la búsqueda de la feminidad que la mayoría confundía con vulgaridad. Pero lo que más me asombraba eran estas otras criaturas que aparecían durante tres peculiares días. Criaturas admiradas por el pueblo y a las que mi madre llamaba tastuanes.
-¿Tastuanes?- me pregunté. Para mí eran demonios de doble cara que año con año sólo lograban asustarme ¡y no de en balde! Aunque sus máscaras podían por sí solas representar la más sublime imagen de arte, era más mi asombro cuando alguien la portaba porque, como decía mi tío: -era más complejo el asunto-.
Sus máscaras, de miradas vacías en el rostro humano, son ingeniosas. En ellas predomina una nariz de figuras diversas que, en conjunto a la pintura colorida y su diseño, era difícil no admirar. Además estas se componen a su vez de una larga cabellera rubia, negra o café que podría asegurar alguna vez fueron parte de la cola de un caballo.
Si ya en un principio era para mí difícil acercarme a un hombre protegido por el anonimato de la máscara, ¿qué podría decir sobre una persona desconocida que porta un machete?
Tantaratán taratán. Embriagados del festejo los hombres de doble cara cruzaban los machetes con sus semejantes en una danza al compás de los tambores. Brincan, bailan, mueven la cabeza de arriba abajo. Zing zing suenan los machetes al reconocerse con el otro mientras las criaturas avanzan en su peregrinación.
Las azoteas de las casas despintadas se pueblan conforme ellos pasan por el lugar. El tumulto (y yo en él) contempla la danza hipnótica de una tradición muy antigua de la que creo que pocos del lugar sabrían con precisión decir.
Y ahora silencio.
La gente se dispone a buscar el segundo sitio en el cual darse festín. Pero como todos se conocen (situación típica de un pueblo en el que todos están emparentados), el chisme corre rápido.
-Les toca a los García, en la casa de doña Teresa- se oye decir. Y poco a poco las personas acuden al lugar.
Es tradición que familias completas den de comer, desayunar o cenar alguno de los tres días a todo el pueblo que, a pesar de la economía de Jocotán, con el favor de Santo Santiago (patrono del lugar) podrán salir de la deuda.
Tantaratán tantaratán. Segundo día y yo lo llamo El auto sacramental.
El Zing zing de los machetes se transforma a una danza violenta en el que los tastuanes siguen tres sencillos pasos:
  • .    Luchar con Santiago
  •      Tumbarlo del caballo
  •       Matarlo para así convertirlo en santo

Tantaratán tantaratán. Plátano para las tripas, manzana para el corazón. Después de la lucha al ritmo del tambor demonios arrojan las entrañas del señor montado a caballo. Representación de triunfo, pero ¿de quién?
Tantaratán tantaratán. Las ofrendas.
El tercer día es lo que a mí me parece de ensueño. Pasteles enormes se ponen en exhibición en espera de la persona que pronto tenga una fiesta para así reclamarlo y llevárselo gratis. Claro, se reza a Santiago, ya convertido a santo, para posibilitar pagar la deuda remplazando el monumento adquirido ese año.
Tantaratán tantaratán. Tambores y pies al unísono danzan dirigidos hacia la iglesia. Los hombres doble cara acuden apesadumbrados por la barbarie de los días de fiesta y así, entre rezos y cantos damos fin a esta fiesta.
Tantara….Shhh.
Esperemos el próximo año.


- M. Rizo

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